El Club de los Elegidos o los Divinos Sectarios

En la Isla de los jefes no hay espacio para todos, lo sabemos antes de emprender el viaje. Es la realidad que muchas empresas  plantean en su carta de navegación una vez subes a su embarcación. Debes aceptarlo y adaptarte, sino es muy probable que saltes por propia voluntad al mar o en el peor de los casos te lancen sin ni siquiera llevar un chaleco salvavidas.

Hay una fuerte tendencia en el mercado internacional de directivos generales que se rodean de profesionales jóvenes, que de alguna manera sean capaces de aceptar las reglas del juego, aceptar que la última palabra es la primera palabra que escuchan,  y de esta forma coordinar todas las áreas de la empresa sin encontrar ningún tipo de escollo o barrera para su gestión. Directivos cortoplacistas, con un afán de crecimiento y poder de gran envergadura, con proyectos de una duración máxima de cinco años.


Una vez que establece ese equipo y las reglas están claras, las sonrisas y las bromas serán parte del juego para mantener la unidad, suceda lo que suceda. Cada uno de esos nuevos integrantes del Club intentará congraciarse de la mejor manera y como una especie de “bufón del rey” dará todo de sí para alegrar y agradar a “su amo” respondiendo  rápidamente a sus requerimientos pero en la medida de lo posible no propondrá nada que no encaje en la línea de sus discursos o pensamientos, no vaya a ser que lo destierren y ya no pertenezca más a la isla.

Evidentemente esta presión a la que se someten estos nuevos bufones tiene una derivarte importante tanto para sus vidas personales y profesionales como para el resto de personas que dependen de ellos en los distintos equipos de la empresa. Está claro que la tentación a la hora de aceptar un puesto de tales magnitudes es lo suficientemente grande como para aceptar este tipo de condiciones. Llegar a ser un directivo de primera, como siempre se ha soñado, en los tiempos convulsos en los que vivimos, y en lo mejor de la edad parece una de las mejores invitaciones que nos puedan hacer, y  para ello  “cueste lo que cueste” será la primera frase a digerir.

Como buen Club exclusivo serán muchos los que intenten entran o al menos poder participar de sus celebraciones, acontecimientos, de alguna manera lograr un pase, una entrada VIP al menos temporal. Todos harán lo que tengan que hacer por intentar pertenecer, o al menos que les  llegue algo de “información exclusiva”, se sentirán casi “bendecidos” porque uno de sus miembros hable con ellos, comparta alguna novedad, y estará en la gloria divina si por arbitrariedades de la vida y de agendas se dispone a comer o desayunar con nosotros.

No nos sorprenderá ver aquel que hasta ayer era nuestro “amigo” en el trabajo, que casi compartíamos una amistad, y al ser nombrado por su “majestad” olvidarse de quien era, de donde venía, y con quienes compartía. Probablemente su gran stress por las nuevas obligaciones mágicamente nos hará invisibles frente a sus ojos o bien apareceremos solo en los momentos que el mismísimo “monarca” pase por nuestra orilla y allí sí que volverá a vernos, al menos por unos instantes.

Como vemos, la sola decisión y deseo de una persona ha esparcido una gran gota que comienza a cubrir toda la empresa de un estilo de gestión muy difícil de frenar y que normalmente conduce a violentas decepciones y fracasos a nivel grupal y a nivel individual.

Llegará un momento que los “Divinos Sectarios” comenzarán también a mirarse entre ellos, verán qué está haciendo cada uno, qué poder tiene, qué influencia logra frente al dueño del Club, y la misma inercia aplicada al exterior comenzará a rondar dentro del mismo grupo.

Esta pequeña reflexión parece sacada de un cuento pero lamentablemente en muchos grupos se produce este síndrome, que es capaz de provocar unas rupturas incluso hasta familiares ya que  “los Elegidos” están sometidos a una presión muy fuerte muchas veces incapaces de controlar.

Para intentar al menos un  equilibro en esta disparatada espiral suicida del management simplista por acato se deberían tener encuentra algunos principios básicos:
  1. Los Valores no son un bonito cartel que decora una empresa
  2. El poder debe ser igual que la responsabilidad (P=R)
  3. Si el poder es mayor que la responsabilidad (P>R), el resultado podría ser una conducta autocrática por parte del superior, a quien no se hace responsable por sus acciones.
  4. Si la responsabilidad es mayor que el poder (R>P), el resultado podría ser la frustración de los subordinados, dado que carecen del poder necesario para desempeñar las tareas de que son responsables.
  5. La dignidad y el respeto tienen mayor valor que cualquier tipo de recompensa.
Probablemente no encuentres estas 5 sencillas reflexiones en esa carta de abordo para llegar a la Isla de los jefes,  ni se encuentren en  el pase al Club de los Elegidos, ni en los pilares de los Divinos Sectarios, pero te aseguro que lo podrás encontrar muy cerca de tu almohada, aquella que te permite dormir todas las noches con tranquilidad por haber hecho lo correcto, por haber sido una persona consecuente, y por ende un “pater familias”, un manager del que todos queramos aprender y admirar.