La extroversión “asesina”

En un mundo donde el silencio es sospechoso y la pausa casi un milagro no tendríamos porque sorprendernos que aquello que no siga los cánones de la “sociedad estándar happy” sea visto con miradas de rareza o simplemente ignorado o descartado.

Nos hemos subido a un escenario donde debemos mostrarnos al cien por cien de nuestras capacidades, de nuestras fortalezas, de nuestras habilidades, de nuestras sonrisas, de nuestro optimismo, y donde queda terminantemente prohibido caerse, prohibido la pausa, prohibido la introversión y prohibido el cuestionamiento o replanteo. El acelerador de los resultados no concibe un debate en los cómos, y la velocidad a veces hace llegar más rápido pero otras ocasiona las mayores imprevistas colisiones. Dentro de este contexto no nos importa hacia dónde vamos pero necesitamos mostrar que estamos activos, que seguimos el ritmo: subir, bajar, correr y saltar. 

Vemos gente en la oficina o en la calle con un teléfono en la mano paseándose a una velocidad de alta competición y levantando la voz como cuando hablábamos por esos aparatos negros hace más de 30 años atrás, solo para irradiar un estado de adrenalina y entrega pura a “la causa”. También vemos correr personas de un despacho a otro como si de un incendio se tratase. No queremos que nos tilden de afligidos, de apenados, de pausados, de reflexivos. Estamos al borde de un colapso de identidad al vernos como un producto publicitario que necesita “venderse” permanentemente en todos los canales mostrando nuestras bondades, la felicidad que produce, la satisfacción que en él se puede encontrar. Algunos podrán sentirse más cómodos en estas pequeñas batallas cotidianas de supervivencia, pero hay muchos otros que no, ya que por suerte nos diferenciamos en nuestra personalidad, en nuestra historia, en nuestra experiencia, etc.

Cuando nos encontramos en esos espacios muertos de un viaje en avión, cuando dejamos nuestra mirada al vacío en un metro/subte, cuando cerramos los ojos unos instantes en nuestro sofá, cuando intentamos conciliar el sueño, cuando nos trasladamos en el coche sin saber cómo hemos llegado a nuestro destino porque no estábamos pensando en el camino, cuando a la segunda semana de las vacaciones (no la primera ni la última) nos sentimos los seres más libres del universo y somos capaces de comprender perfectamente (aunque una vez en nuestra rutina vuelva a ser parte de nuestro “delirio”) que la enfermedad de los últimos años es el stress, ocasionado por esta actitud de estar sobre el escenario permanentemente, sin parar, mostrando al personaje, y hasta incluso llegamos al máximo contrasentido de convertirlo ese stress en un valor. Y los ritmos de la vida y de los procesos son los que son, por más que nos empeñemos en apretar más a fondo el acelerador. Como decía Warren Buffett: “a veces no importa el talento o los esfuerzos, hay cosas que llevan tiempo. No puedes producir un bebé en un mes dejando embarazadas a 9 mujeres”.


La batalla es dura, y la extroversión asesina no perdona, no cuestiona, o te unes o te eliminan, así de duro y así de claro. Nos hemos sumado a la “drogodependencia de pertenecer” y necesitamos asociarnos al “Club de los elegidos o de los Divinos Sectarios” (como vimos en un post anterior), unirnos a los círculos preconcebidos donde existen códigos condicionantes y una normativa con derecho de admisión. Evidentemente las personas introvertidas juegan con las peores armas ya que estas “cualidades” de las que hablamos son un “talento” indispensable para la entrega oficial del carnet. 

Dentro de este microclima de relaciones y batallas por el “ser, estar, parecer y semejar” y en una cultura donde el ser social y la extroversión son muy apreciados por encima de todo, puede ser difícil, incluso vergonzoso, para una persona ser introvertida. Pero, los introvertidos pueden brindar extraordinarios talentos y habilidades para el mundo, e incluso representan un enorme desafío a la hora de seleccionar personas para un futuro puesto de trabajo ya que muchas veces descartamos estos perfiles por parecernos “desabridos”. Estimular y celebrar las diferencias en los equipos es una carta con fórmulas para el éxito.

La tranquilidad y la contemplación de los introvertidos los hace ser más creativos y hasta cierto punto logran generar un clima más favorable como líderes, que también deberían distinguirse por un alto grado de inteligencia emocional. Por ejemplo, dentro del mundo del management persiste la idea tan común que los extrovertidos son siempre los mejores líderes porque trasmiten siempre la imagen de ser más eficaces gracias a un "efecto de aura". Eso ocurre porque el líder extrovertido encaja en el prototipo del líder carismático que predomina en nuestra cultura y sobre todo dentro del análisis que hicimos sobre la “sociedad estándar happy”. Y, por consecuencia, solemos imaginar que tenemos que ser siempre entusiastas, desinhibidos y con mucha auto-confianza, buscando transmitir mucha emoción, una visión clara y dirección. 


Pero hay un valor igualmente real en el líder más reservado, más introspectivo y, en algunos casos, incluso silencioso, porque eso da lugar a que los empleados dialoguen con él, se sienten con más autonomía para tomar decisiones por cuenta propia. Uno de los indicadores más tangibles de proactividad se traduce en un sentimiento de responsabilidad en todo el equipo.

Hoy, de manera impensada, el mundo digital nos presenta una “red salvadora” para este tipo de perfiles con interacciones en grupos y en formato digital.  Como dice Susan Cain: “La protección de la pantalla mitiga muchos problemas de trabajo en grupo”. Esta es la razón por la cual Internet ha producido maravillosas creaciones colectivas, casi un “milagro” de la comunicación en el medio de la soledad, y eso también es Internet.

Si en las entrevistas de trabajo, en las promociones o en las defensas de proyectos se hubieran  descartado a líderes innovadores introvertidos como Einstein, Gandhi, Bill Gates, Steven Spielberg, Van Gogh, Chopin, etc., hoy algunas cosas no serían iguales.

El “pertenecer” es hacia uno mismo, es hacia el convencimiento de lo que soy y de lo que puedo hacer, de la diferencia que puedo marcar por mí mismo, por mi historia, mi cultura, mi experiencia, mis éxitos y mis fracasos, por ser capaz de romper estructuras, por alejarnos de la mediocridad cotidiana, del excentricismo de los escenarios como exaltación de personajes que no existen o no nos representan, de la búsqueda incesante por la aceptación cueste lo que cueste y  ser lo suficientemente auténticos (extrovertidos o introvertidos) para inspirar amor y confianza, con la empatía suficiente y ofreciendo nuestras mejores y auténticas competencias, independientemente del “volumen y las luces” que utilicemos.



DIEGO LARREA
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