El compromiso compartido

El compromiso depende de la posibilidad de crecimiento y oportunidades de las personas para conectar con su propósito final, tanto en su lugar de trabajo como en su propia vida personal. Es una de las ecuaciones más exitosas con las que nos podemos enfrentar, y a la vez será clave para detectar a tiempo si estamos en el lugar y el momento indicado para poder sacar, lo más rápido posible, la mejor conclusión y tomar la mejor decisión.


Pero ¿de dónde surge el compromiso? Hay cosas que nos gustan porque estamos programados para que nos gusten, como consumir alimentos, tomar agua, la sexualidad, etc. Y hay otras cosas que aprendemos a disfrutar. Las preferencias personales están determinadas más que todo por la experiencia individual, el aprendizaje, la familia, la cultura: todas las cosas que nos hacen individuos, Incluso la experimentación y el aprendizaje, nos llevan muchas veces a madurar conceptos que en un principio teníamos escondidos en el rincón del “no” para trasladarlo a la ventana del “si”. Por ejemplo, no es raro que un niño que aún no conoce las distintas variedades de comida, rechace los sabores amargos. A medida que crecemos, a medida que vamos experimentando y aprendiendo, probablemente nos empiecen a gustar algunos sabores amargos. Esto mismo nos sucede a diario en la relación con los “otros” y por consecuencia en la capacidad de trasladar nuestros objetivos, nuestras metas, deseos y ambiciones a nuestras acciones diarias, a nuestro entorno familiar y a nuestros lugares de desarrollo profesional.


Somos un ser vivo que desde la espermatogénesis hasta nuestro afanoso recorrido de supervivencia por ser los primeros y los únicos en llegar al óvulo, tenemos en nuestros genes el espíritu de “llegar”, el espíritu de la “meta”, del logro, de la superación, de la competición, y eso es una marca en nuestro ADN. Es un sello, que más allá de las circunstancias del azar en la distribución geosocial al nacer, permanecerá en nosotros hasta encontrar la oportunidad que merezca la pena mostrar.


Si en nuestras acciones diarias, ya sea en nuestro entorno familiar o en nuestros lugares de desarrollo profesional encontramos la posibilidad de crecimiento y oportunidades para conectar nuestro propósito final (que es el equilibrio de nuestra felicidad), ese gen que descansa entre dudas y deseos, activará la mayor de las semillas que un ser humano puede y debe cuidar: el compromiso.

El compromiso es compartido, no podemos pedirlo si no hacemos que el otro forme parte de él. Los negocios siempre son de a dos, y el éxito es cuando ambos triunfan. De lo contrario es una relación de subordinación y no una relación asociada de colaboración. El criterio de quien pone los medios es relativo, la empresa ofrece sus estructuras y las personas el know how, talento y la manera de hacer las cosas. En el siglo XXI el concepto de servicio interno y externo está interconectado al de coequiper, las nuevas generaciones y el modelo de cliente actual nos lo demuestran. Siempre debe ser un ganar-ganar (win to win). Y si en algún eslabón de los procesos de cocreación, de desarrollo, de expectativas, se produce un corte de la cadena (sea por uno o por el otro), de manera automática nuestro gen retrocederá y entenderá que no es el “óvulo” donde debe fecundar, porque no es el lugar donde debe sembrar esa semilla del compromiso.


Lo mismo sucede en nuestra vida personal, no existe un compromiso unilateral, existe la integración de nuestro espíritu por “llegar” de manera compartida, no fecundamos sin el óvulo y viceversa, los objetivos deben ser asociados y las reglas claras, compartidas y co-construidas desde el comienzo.


Despertar la “dopamina” propia y ajena que llevamos dentro es crucial. Aumentar la satisfacción por lo que hacemos, por lo que damos, por lo que vivimos y experimentamos es una responsabilidad compartida en el “contrato mutuo del compromiso”. Pongamos a las personas en el centro y tengamos la valentía de gestionar sus preferencias, el resultado será altamente sorprendente. Dejemos los “es que” y los “peros” y atrevámonos a innovar con las personas, a ser rupturistas, a dar oportunidades o enseñar a andar para llegar a ellas. Si sólo gestionamos lo esperable, ¿que esperamos que suceda?


¿Nos comprometemos?
DIEGO LARREA