La sombra ignorada

El mundo conduce a tanta velocidad que nos permite llegar cada vez más lejos y más rápido, pero a veces se convierte en un conductor imprudente, que pasa por alto algunas normas de tránsito y, en lamentables ocasiones, provoca graves accidentes irremediables. Esa velocidad también nos hace perder de vista las cosas que suceden en nuestro camino. Y si solamente fueran “cosas”, diríamos que es una cuestión meramente física, pero cuando hablamos de personas la sombra ignorada se agiganta a cada kilómetro recorrido.


Hablamos permanentemente de transformarnos, de iniciar cambios, de subirnos a la ola de los nuevos desafíos, pero esa velocidad nos está haciendo perder, en algunas ocasiones, el valor de lo vivido, las casuísticas del pasado, las dificultades a las que nos hemos enfrentado, los mensajes contradictorios que pudimos dar o recibir. Y esta pequeña reflexión no es una mirada al pasado, es una mirada a nosotros mismos, a nuestra esencia, una mirada a los pasos que hemos dado como personas, como equipos, como empresas o como familia, Y también una mirada y un desafío a la capacidad de management que tengamos, porque es relativamente fácil timonear un barco con viento a favor, lo complicado es demostrar ser “el gran capitán” en las tormentas. Muchos creen serlo hasta que la mar le demuestra lo contrario.


No podemos ir al futuro sin reconocer nuestro pasado. Hay muchísimas personas con las que podemos contar de cara a nuevas etapas o proyectos que nos pueden aportar conocimiento, madurez, resiliencia, visión 360 grados, y probablemente muchas de esas personas no están hoy en nuestros escritos de promoción y desarrollo.


Sentirse “fuera de la partida” es un sentimiento mucho más común, lamentablemente, de lo que nosotros deseamos pensar. Y si lo asemejamos a un tren podríamos decir que existen distintas vías por donde ese tren circula: una es la vía de presente y futuro que conduce al destino deseado y otra, por el contrario, es la vía muerta: no sabemos dónde acaba y cómo acaba. Normalmente los que se sienten “fuera de la partida” transitan esta última.



Y si estás en vía muerta, la soledad alrededor es enorme. Casi nadie se atreve a preguntar cómo se encuentra, qué siente, qué le sucede, por qué todos los días tiene esa cara de desgano. Pero por el contrario, sí somos capaces de escuchar lo que se dice de ellos, somos capaces de hasta incluso tener una opinion de ellos por los demás, por los comentarios ajenos. Pero ¿alguien es capaz de ejercer de manera valiente el liderazgo de preguntar qué han vivido estas personas, cuáles son sus grandes frustraciones, cuáles han sido sus grandes desencantos, etc? Probablemente a esta altura ya no necesiten soluciones, pero seguramente provocaremos un antes y un después en nuestra relación con ellos por el simple detalle de mostrar una sincera empatía alejada de todo interés. El líder debe poner el "contexto emocional" para que las cosas sucedan, esa es su principal misión.


Las personas no buscan el fracaso, la mayoría de los seres humanos buscan de manera directa o indirecta la felicidad. Otra cosa diferente es el modo que lleguen a ella. Y en los ámbitos competitivos donde el sentido común y los principios muchas veces se vulneran, debemos ser lo suficientemente inteligentes para entender que las frustraciones no vienen solas, que algo o alguien puso el tronco en el medio del río, y que desvió su cauce e incluso provocó inundaciones.


Si no incluimos a todas las personas en nuestro proyecto de transformación donde lo que cada uno aporte tenga un valor (venga de donde venga, tenga la historia que tenga) y forme parte de la cadena, de la historia pero también del futuro, todo será fuegos de artificio.

Las personas se visten de experiencia, no de prejuicios. Pero deben contar con un buen líder que sea capaz de ver y escuchar por sí mismo. De lo contrario, nos encontraremos con personas que solo darán lo que “esté escrito” exclusivamente para “salvar” su puesto de trabajo, ignorando nuestras campañas de cambios y nuevas estrategias.


La sombra ignorada es tan grande que hay espacio para todos, incluso para nosotros, aunque pensemos que nunca nos sucederá. El “síndrome del leproso” nos desafía en cada rincón: ¿qué dirán si me acerco a él/ella? y esquivamos la mirada para salir rápidamente hacia un destino que ni siquiera conocíamos hace un segundo. Privilegiamos el status quo imperante a ejercer nuestro sentido común, incluso nuestros valores. La vida es sumamente dinámica y lo que ayer brilló hoy es opaco, lo que ayer estaba encumbrado hoy se quita tierra del pozo y viceversa. La vida es sumamente dinámica y no avisa, y puede sorprendernos en cualquiera de esos estados.

Pongamos remedio a los prejuicios, sepamos ver y escuchar a las personas, no juzguemos ni juguemos a ser los reyes supremos de las oportunidades, porque la vida es un instante y que no sea ninguno de nosotros el encargado de destruirlo. Las sombras para el descanso y mucha luz para “la ignorancia”.

DIEGO LARREA