Los hermanos Presupongo y Prejuicio

No se sabe a ciencia cierta si existieron o no, pero se comenta que los hermanos Presupongo y Prejuicio vivieron casi toda su vida enfrentados y no digo enfrentados por algo en particular. Sino que literalmente no podían despegar su mirada el uno del otro, observándose durante el día y la noche, impulsados por una extraña mezcla de inseguridades, desconocimientos y temores. Eran un reflejo permanente. Los días y años pasaban y estos hermanos nunca se hablaban, solamente se miraban. Fueron envejeciendo frente a frente en una vida casi absurda de silencios, recelos y suspicacias que los llevó a tener por primera vez una acción refleja conjunta y compartida: su propia muerte natural.


Los hermanos Presupongo y Prejuicio jamás imaginaron que en su absurda tozudez y elección de vida compartían algo más que el significado de sus nombres: tenían en plena actividad las  "neuronas espejo". Éstas solamente se activan cuando el mismo acto que realiza una de las personas lo efectúa la otra que lo está observando en el mismo estado emocional.  Pero Presupongo y Prejuicio se mimetizaron de tal manera que no han sido capaces de descubrirlo, siendo prisioneros en su propia cárcel.

Sin embargo, a pesar de su abúlica vida, su legado se esparció por todas las comarcas vecinas, cruzando ciudades, océanos y montañas durante siglos, hasta llegar a nuestros días.

Hoy los “presupongo” y los “prejuicios” son una de las tantas actividades mentales inconscientes que distorsionan la percepción, el verdadero conocimiento, la comunicación y el entendimiento. Pero en este drenaje de desencuentros también hemos aprendido que esas “neuronas espejo”, que en su día estos hermanos no supieron descubrir, hoy son uno de los mayores motores de la empatía, la alteridad y la otredad.

En un mundo que se renueva a pasos agigantados, a veces con vendas en los ojos y con manos en las orejas, la mayor transformación que podemos regalarle a nuestros hijos y su futuro no sólo es trabajar en su conocimiento personal y profesional sino en que puedan tener también la capacidad de descubrir el mundo del “otro”. Los idiomas, la robótica, la física, la ingeniería, la informática, la medicina y otras tantas herramientas de presente y futuro ya las pueden tener en sus manos. Pero la empatía, la alteridad y la otredad necesitan de nuestro tiempo, espacio, esfuerzo e implicación para hacerlo vivir en primera persona siendo nosotros mismos ejemplo en nuestro día a día con parejas, amigos o con nuestro equipo de trabajo. Una sociedad que es incapaz de conocerse nunca tendrá la capacidad de entenderse.

La gran oportunidad del aprendizaje y la evolución está en descubrir los beneficios de ver al “otro” no desde una perspectiva propia, sino teniendo en cuenta sus creencias, vivencias y conocimientos.  Ya lo decía Mahatma Gandhi cuando afirmaba que “las tres cuartas partes de las miserias y malos entendidos en el mundo terminarían si las personas se pusieran en los zapatos de sus adversarios y entendieran su punto de vista”

A veces el miedo a los demás nos hace intolerantes y poco permeables, sin entender que esa reacción puede ser fruto de nuestras propias inseguridades. Abrir y compartir de par en par nuestra duda es abrir cien puertas de oportunidades. Escuchar y conocer al “otro” no es un sinónimo de debilidad, todo lo contrario. Es llegar a un nivel de simbiosis que nos permita reconvertir el “yo” en un “nosotros”, sin perder cada quien su identidad personal y única.

Podemos pasar días y noches en familia, amigos, en el trabajo, en proyectos, compartiendo muchos años juntos y sin embargo que “ese puente” siga sin estar bien construido y por sus huecos caigan en forma de discusiones y desencuentros miles de situaciones que agotan y nos llevan a escenarios poco felices.

Las neuronas espejo son las que nos ponen en el lugar de los demás, pero somos nosotros los que debemos aprender a mirar y conocer al “otro”. No como los hermanos Presupongo y Prejuicio, sino con una visión que proporcione el mejor vínculo afectivo, humilde y perceptivo para comprendernos y tener la capacidad de evolucionar juntos.  

Pensémoslo con simples ejemplos concretos: equipos comprometidos y participativos, clientes satisfechos y fieles, parejas y amigos sólidos en las buenas y en las malas, políticos y ciudadanos con anhelos e intereses comunes. ¿Cómo se logra? Entendiendo que la fuerza más exitosa que tienen nuestras decisiones, objetivos, proyectos y todo lo que emprendamos es la presencia del “otro” como pieza fundamental de nuestro engranaje. Descubrirlo, asumirlo y trabajarlo va por cuenta de cada uno.