El Sr. Supongo y la Sra. Doy por Hecho

Dejando atrás mi entrañable niñez y en un día de esos que se olvidan fácilmente, conocí por casualidad a un matrimonio bastante peculiar. Les gustaba pasearse con vestidos algo extravagantes y de la mano por la avenida de mi barrio. Siempre me llamó la atención que los vecinos decían no conocerlos pero sin embargo ellos saludaban a todos como si ayer hubieran cenado juntos. Eran el Sr. Supongo y la Sra Doy por Hecho. Una pareja singularmente extraña, que miraba de reojo, distantes, desconfiados y muchas veces con un sentido de la frivolidad y narcisismo que, a mi corta edad, me daba un poco de "miedo y escalofrío".

Pasaron los años y ellos siguieron transitando plácidamente por la avenida de mi barrio. Parecían no tener edad y que el tiempo no pasaba para ellos. Dejé atrás mi casa, mi lugar y la vida me llevó por distintas ciudades pero curiosamente ellos seguían caminando por esas nuevas avenidas, junto a otras nuevas personas. Entonces, comencé a entender que quizás dentro de cada uno de nosotros haya un pequeño trozo de esta excéntrica pareja y encontrármelos en cada lugar no era ninguna casualidad sino una auténtica causalidad.



“Un gran número de personas piensan que están pensando cuando no hacen más que reordenar sus prejuicios” dijo el filósofo estadounidense William James. Y ¿por qué nos pasamos la vida reordenando prejuicios, en vez de apilar conocimientos y experiencias?

A los investigadores les cuesta definir lo que es prejuicio pero todos de alguna manera coinciden en que es un sentimiento o actitud negativa hacia alguien basada en información insuficiente. Un “juzgar de antemano” por diferencias de raza, género, peso, idioma, religión, o cualquier concepto que nos lleve a la palabra diferente y nos provoque rechazo. Rechazo muchas veces inconsciente basado en generalizaciones incorrectas o estereotipos. 

Y este automatismo aparentemente involuntario fue investigado por científicos del Centro Médico Cedars-Sinai (California) y del Instituto de Tecnología de California, Caltech (EE.UU.) quienes han descubierto que al menos algunas de las células del cerebro que están especializadas en el reconocimiento de las emociones pueden realizar juicios basados ​​en prejuicios del espectador en lugar de en la verdadera emoción que se observa.

Cuanta más similitud existe entre el estímulo y su receptor más armonía y menos prejuicios. Pero cuando la disonancia se manifiesta, las “suposiciones” y el “dar por hecho que las cosas son de una u otra manera según mi punto de vista”, comienzan los grandes conflictos, rechazos e inconvenientes. Creemos tener el mejor “receptor automático de evaluación y anticipación” de personas y situaciones pero nos cuesta comprender que no todo es cuestión de “buen ojo”, “buen olfato” o tener “experiencia”. Si invirtiéramos más tiempo en el entendimiento real del otro frente a lo que supone la pérdida de una oportunidad o la resolución de un conflicto, entenderíamos el valor significativo del conocimiento.

Dentro del mundo de las empresas también hay ejemplos que pueden ilustrarnos. Un estudio del Foro Económico Mundial (WEF) habla de los 3 grandes prejuicios que padecemos los empleadores a la hora de contratar o de gestionar personas: 1) Nos atraen quienes más se parecen a nosotros, 2) Las decisiones se basan en estereotipos de competencias y 3) Tememos contratar a alguien que podría eventualmente amenazar nuestro puesto en la organización.



Sea en el ámbito que sea el Sr. Supongo y la Sra. Doy por Hecho aparecen indiscriminadamente y nos hacen pegar un golpe contra nuestra propia realidad saludándonos como si ayer hubiéramos cenado juntos. Es por ello que, saber reconocer nuestras “arbitrariedades” y estar dispuestos a utilizar nuestros cinco sentidos no como un arma adivinatoria sino como una poderosa herramienta de empatía, será la mejor de las oportunidades que nos estemos dando a nosotros mismos.

Sr. Supongo y la Sra. Doy por Hecho:
“Espero con estas palabras poder cerrar ese capítulo pendiente de mi infancia que me ha llevado junto a ustedes por tantas y tantas avenidas. Y de alguna manera quiero agradecerles que, sin querer, me hayan hecho comprender que el contagio de los prejuicios, como decía Pío Baroja, hace creer muchas veces en la dificultad de las cosas que no tienen nada de difíciles.

DIEGO LARREA BUCCHI 
Twitter: @larreadiego